domingo, 18 de mayo de 2014

El peso de la balanza.

Que balanza más desequilibrada,
mientras unos sufren comen otros ,
mientras unos ríen mueren todos.

Lo ves desde la distancia,
a veces con impotencia,
con ansía de sangre y venganza
otros días con desesperanza,
lloramos con miedo y desgana.

La vida y la muerte. Dueñas del equilibro de la existencia. Contraposiciones que se funden y bailan una con otra en los pasillos de hospitales. Que olor tan característico poseen los hospitales. Hay pasillos con hedor putrefacto de cuerpos desvaneciéndose y  perdiéndose en la infinidad de la muerte. Otros con aroma a esperanza e inquietud de la ansiada y nueva vida.  Y qué diferentes connotaciones tienen las lágrimas que en ellos germinan . Las cuales sin saberlo emergen tras la explosión del sentimiento, unas vestidas de pena y miedo, otras de alegría y anhelo. Y todas parecen idénticas mientras caen por las mejillas hasta acabar estallando en el suelo.  Cuantas lágrimas habrán bañado los azulejos de suelos desapercibidos que decoran hospitales, cuantas lágrimas habrán sido atrapadas por la eternidad en pañuelos que terminaron en lavadoras después del huracán.

Qué sensación tan imponente supone estar sentado en los asientos de dicho hospital. Y qué importante es  el lado de la balanza en la que te encuentres. El amargo pellizco que sufre tu corazón cuando entras por las puertas sabiendo que lo que te espera detrás de ellas es únicamente muerte y desidia.  Qué vertiginoso sentimiento. Que agria experiencia cuando la vives por primera vez. Y todavía es peor cuando se repite por segunda o tercera vez. Es, como lo diría, como quemarse la cicatriz de una caída. Daño sobre daño, pus y sangre en la misma herida. Y al salir de allí, con el pasado sobre tus hombros, sales por las puertas por las que entraste hace unos días, con indiferencia por la vida. Nada te importa, nada te molesta. Nada es lo que hay después de la muerte. Una nada jodidamente insípida, insulsa, incolora e inexpresiva.


















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